Una pregunta ¿Por qué AC?

La mejor repuesta a esta pregunta es la propia experiencia.

El curso pasado realizamos una investigación en mi centro sobre si era posible ver primeros indicios de Aprendizaje Cooperativo en un aula con niños de tan solo dos años de edad. La respuesta a la investigación es «si», pero más importante que esta afirmación fue la experiencia y resultados que los alumnos vivieron durante el curso escolar.
Es evidente, que en edades tan tempranas, antes de trabajar el sentido de pertenencia a pequeños grupos tuvimos que desarrollarlo con respecto al grupo clase. Dinámicas como la pelota, la silueta, la maleta, etc. formaron parte de un trabajo implícito en la programación que potenció el desarrollo de conductas prosociales como: compartir, decir no en vez de pegar, hablar con cariño al compañero, etc.
Otra ventaja de implantar el AC en edades tempranas es que cualquier aprendizaje debe desgranarse al máximo para que el alumno lo aprenda de forma correcta y con facilidad. Este fue el caso del concepto de «Ayuda mutua». Enseñar a los niños a ayudarse entre sí, supuso darnos cuenta de que al hacerlo se restaban autonomía unos a otros. Era necesario buscar la forma y el desgranaje del concepto «ayuda» para que aprendieran a hacerlo de forma correcta. Aunque el lenguaje verbal es todavía rudimentario a estas edades, fue suficiente para que lo utilizasen como medio para ayudar a sus compañeros, desapareciendo las acciones que resolvían la situación sin dar la oportunidad al afectado de hacerlo por sí mismo. Hablamos de cosas tan sencillas como guardar la mochila o quitarse los zapatos.
Poco a poco afrontar juegos y actividades en pequeños grupos se convirtió en la tónica natural en el aula. Algunas cosas concretas…cuando realizábamos una actividad plástica que respondía a una determinada pauta, eran capaces de explicarse unos a otros lo que debían hacer después de haberlo hecho nosotras, como profesoras (por ejemplo: pintar el lápiz rojo). O cuando utilizábamos la música como recurso para trabajar la coordinación y el equilibrio, la tendencia de los alumnos era la de incluirse unos a otros cuando hacían un corro.

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Durante el desarrollo del curso escolar, una de las alumnas vivió una situación difícil en casa y esto se reflejó en la escuela desarrollando una actitud basada en recurrentes llantos. Esto llamó la atención de los compañeros, que comenzaron a intentar provocar su llanto de forma intencionada. La asignación de roles y las celebraciones dentro de su «equipo» y del grupo clase (simples aplausos), hizo que esta conducta de provocación se extinguiera y fuera sustituida por besos y abrazos cuando la escuchaban llorar.
¿Evidencias de que el Aprendizaje Cooperativo es la mejor opción?

  1. El nivel de incidencias era menor que en otros grupos (muy pocas mordidas)
  2. Cuando los niños llegaban al aula por la mañana, los compañeros corrían a saludarles y eran ellos mismos los que les integraban en la actividad, por lo que los recién llegados se sentían acogidos y su «puesta en marcha» era mucho más rápida que cuando lo hacíamos nosotras como profesoras
  3. El nivel de inclusión tuvo un alto porcentaje
  4. Cuando los alumnos traían juguetes de casa, eran capaces de compartirlos con los compañeros. Esto no sucedía antes de comenzar con este trabajo, todo lo contrario, era motor de discusión y enfado
  5. La interacción alumno-alumno y alumno-profesor hacía fácil la relación entre dichos agentes durante la jornada escolar
  6. El nivel de tranquilidad y el silencio a la hora de «trabajar» era altamente valorado tanto por el resto de profesores como por los padres que acudían a visitar el centro.

Estos son algunos de los argumentos que nos han movido ha continuar y potenciar el Aprendizaje Cooperativo en el aula en el momento «cero», justo cuando nace la curiosidad del niño por otros iguales y este aprendizaje puede llevarse a cabo de forma natural.


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